son voces familiares,
sonidos que decrecen
en cada latido.
Los labios se desfiguran
por un olvido que erosiona las imágenes
y hay olas que escarban
con uñas transparentes
golpeando el vientre de las rocas.
Y los veranos inmensos
son parte de barajas
que perdieron espadas y bastos
en batallas y meriendas.
Ni las tormentas son las mismas
ni los segundos desde el rayo
hasta el trueno diabólico.
Ni siquiera ya me impresiona
el universo de noche
al dar la vuelta a la manzana.
Y todo porque nos volvemos ajenos
con nuevas lluvias y horizontes,
con la consciencia de lo efímero
y la dulzura del ensimismamiento.
Ana Merino
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