Bajo la flor, la rama sobre la flor, la estrella bajo la estrella, el viento. ¿Y más allá? Más allá ¿no recuerdas?, sólo la nada la nada, óyelo bien, mi alma duérmete, aduérmete en la nada si pudiera, pero hundirme. Ceniza de aquel fuego, oquedad agua espesa y amarga el llanto hecho sudor la sangre que en su huida se lleva la palabra y la carga vacía de un corazón sin marcha. De verdad ¿es que no hay nada? Hay la nada y que no lo recuerdes. Era tu gloria. Más allá del recuerdo, en el olvido, escucha en el soplo de tu aliento. Mira en tu pupila misma dentro en ese fuego que te abrasa, luz y agua. Mas no puedo. Ojos y oídos son ventanas. Perdido entre mí mismo no puedo buscar nada no llego hasta la Nada. María Zambrano |
domingo, 22 de julio de 2012
Delirio del incrédulo
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